Sala de Prensa

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viernes, 6 de abril de 2007

DE INTERÉS. Crónica Fotografías Semana Santa.


LA LÁMINA: Fotos
ANTONIO GARRIDO/
Diario Sur 06/04/07

LA gente ha sacado las sillas a la calle, predominan las de tijera y las de plástico, tampoco se van a sacar las sillas buenas del salón. La señora sostiene una bolsa de plástico de la que sobresale una barra de pan llamado de Viena; su compañera cruza los brazos, no parece que estén esperando la llegada de la procesión, más bien, lo contrario. El desfile ya ha pasado, seguramente se ha encerrado y estas personas descansan.


Las niñas que forman parte del cortejo alegórico se sonríen, el pequeño mira con picardía y separada del grupo, la Virgen María, sola, en un extremo del grupo. Va ricamente vestida, con saya y manto bordados, con aro de estrellas y corazón de plata traspasado por los puñales del dolor, mira con cierta perplejidad. Ya ha cumplido con su papel en este teatro callejero y reposa apoyando un brazo en la silla de al lado. La foto es extraordinaria y muestra y demuestra que la gente ha humanizado la celebración, la ha hecho tan suya que la Virgen es una niña del pueblo que ha salido muy contenta con sus galas pero que ahora se ha desplomado un tanto aburrida y con dolor de pies. La instantánea procede de Vila-Real, un pueblo de Castellón.


Es el claustro alborotado pese a la mesura de las voces, es el claustro que altera su orden geométrico, la perfección de sus arcos, la esbeltez del mármol hecho columna, es la fuente con la cruz en el vértice y los nazarenos que se acercan al primero, al de la cruz-guía, para cumplir el rito, los van llamando para que formen las filas severas de la penitencia, que sí, que es penitencia estar algunas horas con un capirote en la cabeza, portando un cirio o una insignia, no digamos el guión. La estética es suprema, soberbia, de otros siglos pero no deja de ser una incomodidad el llevar la túnica, incomodidad que es sustantiva a la ceremonia del culto público que las cofradías ejercen según sus reglas desde hace siglos. La tarde es oro y el Cristo de la Agonía y la Virgen del manto de flores van a cruzar el arco de san Julián. Es una instantánea del patio del que fuera hospital de la caridad.


La calle es una empinada cuesta y los nazarenos la bajan con cuidado, no llevan cartón y el capirote cae desmayado por la espalda. Las dos filas de velas hacen calle a él o a ella, no lo podemos saber, da igual. Está de espaldas, la cintura sujeta por el cíngulo de esparto y en la cabeza, la corona de espinas, imagen de muy ayer conservada en esta procesión de Archidona. La corona era el símbolo y el instrumento que servía para sufrir y, por tanto, imitar la Pasión, que de eso se trataba y se trata de otra manera. La corona se clavaba en la tela, no terciopelo sino tejido basto. Queda esta imagen de espaldas, con las manos unidas, imagino, queda esta calle y el horizonte en la tarde tan bella que duele en la pupila y que niega la muerte anunciada del inocente o del culpable según se mire.


El nazareno veterano lleva el estandarte y se ha levantado el capirote. Está al fondo de la imagen. Los penitentes portan unos faroles de más que dudoso gusto, parecen de latón, todos llevan una cruz en el cíngulo. El primero de los nazarenos también ha desvelado el rostro y es una joven de gran belleza, sensual, de ojos muy grandes. Ella es el secreto que esconde ese capirote que se sujeta a la barbilla con el barbuquejo, sostiene el farol con las dos manos. La imagen de los penitentes es lúgubre como corresponde a sus hábitos, incluso el cielo está cubierto pero su belleza es radiante, es la flor que despunta, es el triunfo de los sentidos, es la musa de la Semana Santa de Crevillente.


Ellas entienden poco del mundo, están muy lejos de él, saben lo justo, la doctrina, las cosas del convento. No tienen más que sus rezos sencillos y las flores del patio y su silencio de siglos. Llega el trono y se arrodillan en la puerta, cantarán algún romance, componen una admirable estampa de un mundo que no existe fuera de esos muros blancos. Son esposas eternamente vírgenes, son dignas de un respeto que no se puede medir.

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